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Restauración de manglares: Dejar que la madre naturaleza haga su trabajo

Manglares en el Borde del Mar
Los manglares rojos forman una barrera impenetrable y protectora contra tormentas y tsunamis. (Smithsonian Institution)

Hoy en día, la importancia ecológica de los bosques de manglares costeros es reconocida por todos. Las raíces nudosas de los árboles, sumergidas en agua salada durante una parte del día, se convierten en posaderos subacuáticos para percebes, ostras, cangrejos y otros organismos marinos. Luego, se forma un banquete suculento para alevines, aves, reptiles y muchas otras especies silvestres tanto arriba como debajo del agua.

Sin embargo, esta es una noción relativamente nueva. “Antes de 1970, se creía que los manglares eran pantanos infestados por mosquitos que no requerían ninguna atención y que si alguien quería destruirlos, estaba bien”, comenta Robin Lewis, científico especializado en humedales e ictiólogo que ahora restaura manglares en todo el mundo.

Lamentablemente, ser conscientes de la importancia de los manglares no ha detenido su destrucción. Se destruyeron alrededor de 14.000 millas cuadradas de bosques de manglares entre 1980 y 2005, según las Naciones Unidas, y las pérdidas continúan en el presente. (En 2005, quedaban menos de 60.000 millas cuadradas). El hombre cosecha árboles por la madera, y arroja tierra en hábitats pantanosos para reducir las poblaciones de mosquitos, cría peces y camarones, y prepara terrenos sólidos para la construcción.

Para compensar esta pérdida, el hombre intenta restaurar manglares en todo el mundo. Por lo general, enfocan la restauración de los manglares como si estuvieran plantando un bosque en tierra firme. Cultivan semilleros de manglares en invernaderos y luego los trasplantan en marismas a lo largo de toda la costa. El problema es que este enfoque no funciona del todo bien. En las Filipinas, por ejemplo, el Banco Mundial gastó $35 millones para plantar alrededor de 3 millones de semilleros de manglares en las Bisayas Centrales entre 1984 y 1992. Pero para el año 1996, había sobrevivido menos del 20 por ciento de esos manglares.

“No conocemos el porcentaje exacto, pero la mayoría de los proyectos de restauración de manglares en todo el mundo no resultan exitosos”, agrega Lewis. Los hábitats de humedales (como los manglares) son más dinámicos que los hábitats terrestres; se sumergen en el agua todos los días mientras suben y bajan las mareas. Si el nivel del agua no es el adecuado, los semilleros no logran sobrevivir.

Además, las plantaciones suelen usar una especie única de manglar, a pesar de que gran parte de los bosques de manglares incluyen muchas especies. “Los bosques de manglares, como muchos bosques, están compuestos por una mezcla de árboles y de otras comunidades. Son muy complejos”, explica Lewis. “Es el sustento de muchas especies silvestres, y es el bosque saludable del que todos hablamos”. En las ocasiones inusuales en las que una plantación de monocultivo echa raíces, el hábitat que se forma no es tan complejo y sostiene a menos especies.

Durante los últimos 40 años, Lewis introdujo un método diferente de restauración de manglares que funciona mucho mejor. Tal es así que ha establecido bosques de manglares en más de 20 países de todo el mundo. El método, al que él llama “restauración ecológica de manglares”, es más difícil y menos fotogénico que la plantación de filas hermosas de semilleros. Pero puede ser nuestra mejor oportunidad para recuperar los manglares de todo el mundo.

El agua funciona
Lewis descubrió cómo restaurar manglares sumergiéndose en ellos, literalmente. “Pasé una década trabajando en manglares antes de comenzar a entender lo que estaba ocurriendo”, confiesa. Siendo estudiante de posgrado, a fines de la década de 1960, comenzó observando manglares saludables en la bahía de Tampa. Descubrió que cada vez que moría un árbol del manglar, aparecían semillas flotantes del manglar y echaban raíces de inmediato. Los manglares no necesitaban su ayuda para volver a crecer; el área se recuperaba por sí sola.

Lewis llegó a la conclusión de que los bosques de manglares eran capaces de restaurarse a sí mismos si las condiciones eran las propicias; solo tenía que identificar esas condiciones propicias. Los nutrientes del suelo no parecían importar, ya que los manglares pueden transformar arena en turba de manglar en unos pocos años. Las semillas flotantes estaban en todos lados siempre que hubiera cerca manglares saludables, así que ese tampoco era el problema. Pero el flujo del agua (conocido como hidrología) en el suelo hacía toda la diferencia en el mundo.

Los manglares viven a la vera del océano, por lo tanto, sus raíces tienen que tolerar la humedad (cuando llega la marea) y la aridez (cuando esta se aleja). En la bahía de Tampa, Lewis observó que a la mayoría de los manglares les iba mejor cuando sus raíces estaban húmedas el 30 por ciento del tiempo, y secas el 70 por ciento restante. Cada una de las tres especies de árboles de manglares del área preferían condiciones algo diferentes, pero sí coincidían en esa proporción de 30/70 humedad-aridez. “Pasan por un período breve de humedad y luego un lapso extenso de aridez, y se van alternando a diario”, explica. “Ese es el secreto: Hay que replicar la hidrología”.

Esperar la llegada de la marea
En 1986, Lewis tuvo la oportunidad de probar su idea cuando fue contratado para restaurar 1,300 acres de manglares en West Lake Park, cerca de Ft. Lauderdale, Florida. Alrededor de 200 acres de los manglares estaban totalmente muertos; la tierra se apilaba sobre los troncos y ramas muertos, y las plantas invasoras crecían por doquier. En todo el sitio, las zanjas formaban charcos de agua estancada y las pilas de tierra bloqueaban las mareas. Sabía que si quería que las semillas flotantes restauraran naturalmente el área, tendría que arreglar el flujo de agua.

Una vez más, comenzó sumergiéndose en los manglares. Lewis contrató a un hidrólogo para graficar el movimiento del agua en el área mientras que él experimentaba la restauración en un terreno pequeño de diez acres. Después de tres años, tenía información suficiente para embarcarse en el proyecto completo de restauración. Principalmente, esto implicaba una tarea complicada: “Teníamos que mover un montón de tierra”, aclara Lewis. Por medio de topadoras y excavadoras, Lewis y un equipo de ingenieros quitaron pilas de tierra del sitio. Luego, construyeron una leve pendiente que descendía al océano para que las mareas pudieran fluir fácilmente.

Para 1989, West Lake Park no se veía como un bosque de manglares; parecía un área de tierra llena de canales pequeños de agua. Pero no tuvo que esperar mucho para que las semillas del manglar llegaran y echaran raíces. Para 1991, los semilleros habían brotado por toda la costa. Para 1996, las tres especies de manglares de la Florida se habían establecido en West Lake. En poco tiempo, llegaron peces adultos y jóvenes; un estudio encontró tantos peces y especies en West Lake como en un manglar más viejo y saludable que se encontraba cerca. Y esos peces atrajeron aves de costa y aves zancudas.

“No se plantó un solo manglar en todo el proyecto”, agrega Lewis. “La madre naturaleza puede llevar adelante la magnífica tarea de repararse a sí misma si le das la oportunidad”.

Desde entonces, se utilizaron los métodos ecológicos de restauración de Lewis para restaurar 30 sitios de manglares en los Estados Unidos, junto con otros manglares en 25 países de todo el mundo. En Tailandia, Indonesia y otros países, las comunidades locales dependientes de los manglares también aprendieron sus métodos.

Es un trabajo difícil, mucho más difícil que plantar una fila hermosa de semilleros. Implica planificación, estudios intensos y paciencia. Pero funciona. Y es lo que se necesita para restaurar los manglares del mundo, según Lewis.

“No es insensato, para nada, pensar en aumentar el número de manglares. Aún con la subida del nivel del mar, podríamos detener la pérdida e incrementar la cantidad”, agrega. “Hay que ponerse a trabajar”.

Diciembre 2016